miércoles, 22 de mayo de 2013

CANES 2013/ WAKOLDA Y LOS DUEÑOS, DOS PRESENCIAS ARGENTINAS EN EL ENCUENTRO FRANCES


Nazis en el sur, conflictos en Tucumán

Ya se abundará cuando llegue el estreno en la Argentina, pero el pase en Cannes reveló a Wakolda como el film más sólido y maduro que haya hecho hasta ahora Lucía Puenzo. Los debutantes Ezequiel Radusky y Agustín Toscano dieron su propia sorpresa.
Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
Se sabe que hacia 1949 el médico nazi Josef Mengele se radicó en Buenos Aires, ¿pero ¿llegó a vivir y trabajar en Bariloche el tristemente célebre Angel de la Muerte? Y, más aún, ¿llevó a cabo sus siniestros experimentos médicos y genéticos, como ya lo había hecho en Ausch-witz? Sobre esos interrogantes, que la ficción ahora convierte en certezas, está construida Wakolda, la nueva película de Lucía Puenzo, presentada ayer en estreno mundial en la sección Un Certain Regard, del Festival de Cannes. Antes de la proyección, la directora y todo su equipo –entre quienes se contaba uno de los productores de la película, su padre, Luis Puenzo– fueron reunidos sobre el escenario por Thierry Frémaux, delegado general del festival, que no sólo recordó a La historia oficial (que en 1985 comenzó aquí en Cannes su carrera internacional, con el premio a la mejor actriz para Norma Aleandro). Frémaux también relacionó el tema de aquella película con la noticia de la muerte en prisión del dictador Jorge Rafael Videla.
Pero Wakolda se ocupa de otro genocida. Basada en su propia novela del mismo título, Lucía Puenzo imagina en su tercer largo –después de XXY (premiado aquí en Cannes 2007, en la Semaine de la Critique) y El niño pez– un Mengele recién llegado a Bariloche. Y muy activo y con múltiples contactos en la ciudad, donde un estricto colegio alemán funciona como la pantalla de una célula nazi, con otras ramificaciones en la región. Oculto bajo seudónimo, el Mengele de Wakolda (interpretado por el actor catalán Alex Brendemühl) pone su atención, sin embargo, en el matrimonio integrado por Eva y Enzo (Natalia Oreiro, Diego Peretti), que junto a sus tres hijos acaban de poner en funcionamiento una vieja y bella hostería a orillas del lago Nahuel Huapi. Esa será la excusa de Mengele para hospedarse allí, con la secreta intención de continuar con ellos sus experimentos. Primero con Lilith, una niña de 12 años demasiado pequeña para su edad. Y luego con su madre, Eva, embarazada de mellizos, a quienes pretende convertir en sus conejillos de indias.
Ya habrá oportunidad de hablar en profundidad de Wakolda cuando se estrene en Argentina, en agosto próximo, pero por ahora se llevó de su primera proyección en Cannes un aplauso sostenido. Hay varios puntos en común con sus dos films previos –la familia aislada en un espacio abierto de XXY, las múltiples líneas narrativas que ya tenía El niño pez–, pero no se puede dejar de señalar que Wakolda es el film más sólido y maduro que haya hecho hasta ahora Lucía Puenzo. Cruza de thriller con relato de iniciación (la narradora del film es la voz en off de Lilith, que va contando la historia de la que fue protagonista, cuando despertaba a la pubertad), Wakolda tiene un importante despliegue de producción y un acabado profesional irreprochable, que seguramente le van a abrir las puertas del mercado internacional.
Concebida de un manera muy diferente, en la provincia de Tucumán por dos directores debutantes, Ezequiel Radusky y Agustín Toscano, Los dueños es la otra película argentina presente en estos días en Cannes, en el apartado de la Semaine de la Critique, donde también se dio a conocer seis años atrás Lucía Puenzo. El proyecto surgió de un concurso de óperas primas del Instituto Nacional de Cines y Artes Audiovisuales y fue tomado a cargo por la productora Rizoma, que conduce Hernán Musaluppi. Los franceses ya hablan del “vaudeville” argentino, pero sería más correcto pensar en el grotesco criollo, en la medida en que la película de estos tucumanos de apenas 31 años (no habían nacido cuando se hizo el último largometraje en su provincia) juega en esa cuerda que mezcla el humor con la crítica social.
De hecho, se trata de una serie de pequeñas escenas de la lucha de clases, pero en sordina. El choque tácito, latente entre los propietarios de una finca en las afueras de la capital de la provincia y la familia de caseros que la tiene a su cargo –¿quiénes son los auténticos dueños?, parece preguntarse la película, no sin ironía– va construyendo constantemente tensión, pero sin cargar nunca las tintas, prefiriendo más bien un toque ligero, pero no por ello menos cáustico. El elenco también está constituido mayoritariamente por actores tucumanos, con dos excepciones: Rosario Blefari, del lado de la familia burguesa, y Germán De Silva, por parte de los caseros. Dos años atrás, De Silva fue el camionero de Las acacias, de Pablo Giorgelli, que desde la Semaine de la Critique ganó la Cámara de Oro a la mejor ópera prima, el mismo premio al que ahora aspira Los dueños.

jueves, 2 de mayo de 2013

NESTOR FRENKEL ESTRENA SU DOCUMENTAL SOBRE RENE LAVAND


La mano mágica

El Gran Simulador es un documental alucinante que busca iluminar sin trucos los secretos de un hombre con una sola mano que dedicó su vida a la ilusión y el misterio. Hoy mito viviente del ilusionismo, a los nueve años René Lavand perdió su brazo derecho y de ahí en más lanzó su revolución minimalista del arte de la prestidigitación. Néstor Frenkel narra la vida cotidiana, fortunas y adversidades de un autodidacta, bon vivant y barajador de anécdotas que a los 84 años se sigue subiendo a los escenarios del planeta, armado solo con un mazo de cartas.
Por Nicolás G. Recoaro


La mano es la ventana de la mente. Esta aseveración rotunda del filósofo Immanuel Kant inspiró numerosos trabajos científicos durante la primera parte del siglo XIX. En su libro El artesano (2008), el sociólogo norteamericano Richard Sennett cuenta que la imagen de la “mano inteligente” apareció por primera vez una generación antes de Darwin, con la publicación del volumen The Hand (1833) de Charles Bell. Este anatomista y cirujano escocés creía que la mano estaba diseñada por Dios: otro miembro del hombre bien adaptado a una finalidad. Cristiano devoto, Bell atribuía a la mano un lugar privilegiado en la Creación. Realizó varios experimentos para probar que el cerebro recibía información más fiable del tacto que del sentido de la vista, tantas veces engañado por bellezas y fealdades ilusorias. Poco después, Darwin demolió la idea de Bell acerca de la atemporalidad de la mano, tanto en la forma como en la función. Sennett resume las conjeturas evolucionistas: con mayor capacidad cerebral, nuestros antepasados humanos aprendieron a mantener objetos en las manos, pensar en esos objetos y, finalmente, darles forma; los homínidos pudieron construir herramientas; los humanos, cultura.
Acaso no tan lejos de aquellas discusiones filosóficas y científicas, sobre un laboratorio labrado por un pequeño paño verde, René Lavand construyó la leyenda de un artesano, y a la vez de un artista, que agotó todas las destrezas experimentales con el arte de su mágica mano izquierda. Ilusionista autodidacta de alto vuelo y verónicas sobre la mesa, bon vivant empedernido y barajador de anécdotas, a los 84 años sigue recorriendo escenarios del planeta, armado solamente con un mazo de cartas. Un personaje poderosísimo por donde se lo mire y escuche. El alucinante documental de Néstor Frenkel, El Gran Simulador, se mete de lleno en la vida (real cotidiana) y en la obra (realista mágica) del ilusionista más importante de la historia argentina. Un devoto de los naipes de estricta observancia: “A la baraja hay que quererla, amarla, acariciarla —predica Lavand en la película—. Domarla, pero no jinetearla. Es como un frágil pájaro que si lo aprieto demasiado, lo mato. Y si lo suelto por demás, se me vuela.” Un hombre que cree, como Homero Manzi, que “la vida misma es como un mazo marcado. Baraja las cartas la mano de Dios”.

EL MAGO DE LA SIERRA DE TANDIL

Todo hombre afortunado tiene siempre un lugar adonde llegar, adonde volver. Tandil es ese lugar en el mundo para René Lavand. Entre sierras y cientos de árboles, su “casa botánico” es el refugio que eligió desde hace varias décadas para vivir con su esposa Nora, su gato negro, una colección de 60 bastones y su inseparable paño verde, el “laboratorio” para catar trucos. Hace algunos años, Néstor Frenkel también se acercó hasta la bonaerense ciudad de Tandil: “piedra que late”, en lengua mapuche y en flagrante alusión a su Piedra Movediza. “Me habían invitado al festival de cine de Tandil para presentar mi documental Amateur, y un día uno de los organizadores me ofreció presentarme y conversar con René. En Tandil es más que un ciudadano ilustre, tiene hasta su monumento. En un principio dudé, nunca me gustó demasiado la magia. Los trucos me ponen ansioso y nervioso. Pero cuando conversé un rato con él me di cuenta de que era el mejor personaje para una película. Como narrador, como actor, René es todo un personaje; el mejor que he tenido la posibilidad de encontrar en toda mi carrera”, cuenta el director de El Gran Simulador. “Lo conocía como todos: recuerdos de sus presentaciones en algún que otro programa de televisión. Era un tipo que creaba un clima único. Y al verlo te dabas cuenta de que comparado con otros magos o ilusionistas, René Lavand siempre estuvo en otro nivel, estaba más allá.” En lengua pampa (la toponimia es disputada), Tandil significa “lo más alto”.

EL SUEÑO DE LOS HÉROES

La historia narra que durante un agitado día de carnaval de 1937, el destino marcó para siempre las cartas del pequeño Héctor René Lavandera. Mientras jugaba en la calle con un grupo de amigos, un auto lo atropelló y le aplastó el antebrazo contra el cordón de la vereda. La decisión de los médicos fue inapelable. Al chico le amputaron la mano derecha.
En una entrevista de Radar del año 2001, el ilusionista recordaba: “Me agarró entonces el síndrome paranoide de la castración. Ese complejo lo traduje en un deseo de superación desmedido. Ya desde los siete años jugaba un poco con los naipes. Cuando todavía vivíamos en Buenos Aires, una tía me había llevado a ver a un mago chino que venía desde el Lejano Oriente para deslumbrar a grandes y chicos con sus trucos. Chang se llamaba. Me acuerdo que lucía un kimono de seda natural con dragones bordados a mano. Su show transcurría con una serie increíble de apariciones y desapariciones, y es todavía hoy uno de los recuerdos imborrables de mi infancia. Como en mi casa yo no hablaba más que de Chang, un amigo de la familia aficionado a la prestidigitación me enseñó un juego con cartas, que empecé a practicar. Después del accidente, las cartas se transformaron en una obsesión para mí”.
Paso a paso. En la adolescencia, siguió los consejos de un librito sobre cartomagia para principiantes firmado por Bernat y Fábregas. Ya de muchacho, mientras trabajaba como dactilógrafo en el Banco Nación de su ciudad, el joven Lavandera fue puliendo una rutina de ilusionismo única en su especie. En un fragmento de El Gran Simulador, el mago explica: “Tuve la suerte de no poder copiarle a nadie. Porque no hay libro ni maestro que te enseñen técnicas para mano izquierda, así que tuve que hacerme autodidacta. Porque yo tenía la suerte de tener una sola mano. Y así surge el estilo, la personalidad, lo que no se puede copiar”. En 1960 el ex bancario dio su primer gran golpe y ganó un torneo de magia. Después vinieron las primeras presentaciones en la calle Corrientes, en los varietés del Tabarís y El Nacional, y luego en tantos otros teatros y estudios de televisión a lo ancho y a lo largo del mundo. Moñito al cuello, enfundado en su smoking, y el muñón de la mano derecha siempre guardado en el bolsillo, René Lavand (ya se había galicado así) hizo delirar a las pantagruélicas audiencias del programa de Johnny Carson y aun del Ed Sullivan Show (antes que los Beatles). Nació así la leyenda del hombre por el cual los públicos caían como subyugados a sus pies: el joven mago vencía la baraja con la destreza de un acróbata. El ilusionista de voz hechicera que mareaba el destino de la baraja con su mano izquierda. El mago que dominaba las cartas más difíciles con la paciencia impertérrita de un monje tibetano. Así nació también el personaje. El único. El más grande. Señoras y señores, con ustedes, ¡¡¡¡Reneeeeeeeeeeeé Lavand!!!!!!

MENTIRA LA MENTIRA

Pero ¿quién es en realidad René Lavand, el personaje que se comió a Héctor René Lavandera? ¿Será nada más que la leyenda viva de la cartomagia y el close up? ¿O también el sibarita que disfruta de los placeres de la vida en su remanso bonaerense? ¿También el filósofo cínico y barrial que encanta con su chamuyo? ¿El excepcional narrador? ¿O el maestro que genera reverencia entre sus discípulos? ¿O a lo mejor es ese hombre que ya pisando los 84 pirulos visita a su médica y, entre risas, reconoce que la artrosis ha mejorado sus rutinas en el escenario? ¿O será también el artista que odia que le pidan autógrafos y a la vez odia que no se los pidan? ¿Quizás el marido algo dependiente? ¿O el gran amigo de sus amigos? Nada por aquí, nada por allá.
En su documental, Frenkel se acerca a Lavand tratándolo como un personaje, un hombre que parece no poder quitarse de encima el título del “gran simulador”. Sin embargo, entre pases de magia y recorridas de Lavand por los pagos tandilenses con ese aire a mitad de camino entre David Niven y Clint Eastwood, se filtran retazos de verdad, hilos con los que se pueden tejer, más allá del mito, una posible biografía del hombre que prefiere ser catalogado como especialista en naipes: “Magia es la fascinación del artista, con la que logra la comunicación, artística y humana, con su público. Yo soy un hacedor de juegos de barajas, un experto en cartas. Y si dicen que tengo magia en escena, me halaga enormemente. Pero no me gusta que me llamen mago. Es una palabra que confunde a los públicos”.
La vida cotidiana, el riquísimo material de archivo y varios momentos dedicados a relatos ficcionales (como el contrapunto, el reencuentro con su mano derecha) son senderos que se bifurcan y que Frenkel elige trenzar para construir un perfil híbrido, que borra las fronteras entre la realidad y la ficción. Cuánto de lo que vemos y de lo que se nos cuenta es verdadero, en estos tiempos en que ya nadie cree en los ilusionistas. Quizás, como dice el propio Lavand en un fragmento del documental: “El arte es una mentira, y mentir es un arte, una bella y sutil mentira”.

ELOGIO DE LA LENTITUD

“No se puede hacer más lento. No se pue-de ha-cer más lento. No-se-pue-de-ha-cer-más-len-to”, dice el mantra que recita Lavand mientras su mano acaricia las cartas en el living de su casa. Y de repente, imperceptible, el nocaut que llega con la baraja desplegada en escalera real sobre el paño verde.
Los trucos de Lavand irritan, histerizan, humillan por la belleza de su simplicidad. Bien lejos del estereotipo del mago “moderno” de bronceado artificial, pelvis movediza, entrepierna de paño, brushing en el pelo y armado hasta los dientes de trucos tecnológicos, Lavand apuesta al misterioso ritual de la baraja. “Hay una historia que cuentan de cuando David Copperfield quiso conocer a Lavand después de un show, y éste se negó diciendo que lo que hacía Copperfield no valía nada. Lavand es todo lo opuesto de esos magos que viajan con aviones cargados con cientos de kilos en equipaje para hacer sus shows. El anda por la vida solamente con un mazo de cartas. Esa imagen del último gran mago”, dice Frenkel. En un fragmento de El Gran Simulador, el escritor Rolando Chirico, amigo y autor de varios de los relatos a los que Lavand pone el cuerpo en sus shows, le explica: “Vos inventás un lenguaje. Como los alquimistas, que buscaban transformar el plomo en oro. Ellos qué hacían. Buscaban, con un discurso de cifras secretas, palabras precisas, de fórmulas rituales, darle órdenes a las leyes de la naturaleza. Más o menos es lo que estás haciendo. Tomás elementos comunes, que son naipes, que son cartones pintados; pausas, silencios. Los armás y después el relato sale siempre perfecto. Como una fórmula, un recitativo. Por eso se llama sacramental, porque es como un recitativo de un sacramento, porque cuando lo pronunciás operás un cambio sobre la realidad”.
Mientras la cámara hace foco en unas manos que colorean un retrato del ilusionista, Lavand se recuerda con Atahualpa Yupanqui, bebiendo vino de Burdeos a la orilla del Sena. Y cuenta que aquella mañana, Atahualpa le dijo: “Los artistas no trabajamos, paisano René. Los artistas nos preparamos permanentemente para entretener, divertir y emocionar a aquellos que trabajan. En el recreo de los públicos, ahí estamos nosotros, los artistas”.
El Gran Simulador se estrena el 2 de mayo en los cines Monumental, Cosmos UBA, Centro Cultural San Martín, Arte Cinema y Cine Club Hugo del Carril (Córdoba).