jueves, 25 de abril de 2013

EL REALIZADOR PORTUGUES MIGUEL GOMES HABLA DE SU PREMIADA PELICULA TABU, QUE SE ESTRENA HOY EN BUENOS AIRES


“El cine nunca va a poder ser igual a la realidad”

El director de Aquel querido mes de agosto se explaya sobre el proceso de creación de Tabú, así como acerca de sus ideas sobre el realismo, las historias de ficción, el cine mudo, el fin del celuloide y su afición por contar dos historias por película.
Por Eliana Dantas



Desde su presentación en el Festival de Berlín, a comienzos de 2012, donde se llevó el Alfred Bauer Preis, Tabú, tercer largometraje de Miguel Gomes (Lisboa, 1972) luego de A cara que mereces (2004) y Aquel querido mes de agosto (2008), fue unánimemente considerada una verdadera cima del cine de los últimos años. Presentada en cuanto festival internacional de importancia se celebrara en el mundo entero –desde el de Hong Kong hasta el Bafici porteño, pasando por Karlovy Vary y Tesalónica, entre muchos otros– y ganadora de premios en varios de ellos, no hubo lista de “las diez del año” en la que Tabú no apareciera, a fines del año pasado. La peculiaridad es que, a diferencia de otros films consagrados por la crítica, no se requiere de formación previa para gozar de este film leve, lírico, humorístico y tan agudo como rebosante de belleza.
“No filmo pensando en el público como entidad abstracta”, sostiene Gomes al respecto. “La audiencia se compone de un montón de gente de lo más diversa. Cada espectador tiene una sensibilidad e intereses distintos, y no se puede pretender llegar a todos de la misma manera. Tampoco se puede pretender que la película que hacés les guste a todos. Pero sí busco que se produzca una conexión fuerte entre mis películas y los espectadores. Si son muchos, mejor para mí y para los distribuidores.” Visitante de Argentina el año pasado, cuando fue parte del Jurado Oficial del Bafici (tras haber ganado un par de años antes el premio mayor de ese festival, con Aquel querido mes de agosto), en la siguiente entrevista el realizador lisboeta se extiende sobre el proceso de creación de Tabú, así como en sus ideas sobre el realismo, las historias de ficción, el cine mudo, el fin del celuloide y su afición por contar dos historias por película.
–¿De dónde surgió la idea de la película?
–Básicamente, de dos fuentes distintas. Una es una historia que me contó una pariente. Una vecina de ella, una mujer muy mayor, ya senil, tenía una mucama africana de la que sospechaba que era bruja. Decía que por las noches se le aparecía en la habitación y le gritaba, cosas así. Se suponía que eso era producto de la senilidad de la mujer, pero en un punto mi pariente también empezó a desconfiar si no habría algo de cierto en eso. Por otro lado, durante la investigación musical que hice para mi película anterior (Aquel querido mes de agosto), di con una banda portuguesa que en los años ’60 había tocado en Mozambique. Los conocí, me mostraron fotos de aquellos tiempos, me hablaron de sus versiones de temas de Elvis y Los Beatles y me contaron de sus aventuras con chicas. Las dos historias no tenían nada que ver entre sí, pero ambas me interesaron, tocaron algo en mí y eso me dio ganas de juntarlas. Así es como se armó la película.
–Igual daría la impresión, viendo sus dos largometrajes, de que a usted no le interesa demasiado que sus historias tengan un desarrollo lineal y previsible.
–Son las ventajas de trabajar en un medio cinematográfico en el que no circula mucho dinero: como las películas portuguesas no hacen mucha plata, tampoco hay que preocuparse demasiado por hacer películas comerciales. A su vez, la falta de plata influye también en la estructura de las películas. Quiero decir: tanto en Aquel querido mes de agosto como en Tabú llegó un punto en que mi productor me avisó que la plata no alcanzaba para filmar lo que yo me había propuesto. Por lo cual no me quedó más remedio que hacer un bollo con el guión y tirarlo a la basura. Como en Aquel querido... el rodaje de la película es parte de la propia película, allí mostré ese momento en que tiro el guión. En Tabú no lo muestro, pero igual sucedió. Yo había escrito una escena de un casamiento en Africa, en el que había cien invitados y los novios hacían su entrada sentados sobre un elefante. Plata para tantos extras no había, así que en lugar de cien invitados tuve que arreglarme con cinco. Y en la zona donde estábamos filmando no había elefantes, por lo cual en lugar de en elefante los novios terminaron entrando a pie.
–¿O sea que usted escribe el guión, pero después termina filmando sin guión?
–Exacto. Vamos armando el guión sobre la marcha. En el caso de Tabú, con algunos miembros del equipo técnico armé un grupo al que llamé comité central, cuya tarea consistía en desarrollar un menú de distintas opciones para cada escena. Teníamos unas 150 escenas escritas en tarjetas, que pegábamos y despegábamos de un tablero, sacando y poniendo a medida que se iban filmando o descartando. Era un poco caótico, pero creo que a la larga funcionó. Los actores estaban un poco desorientados, porque se iban enterando cada día de qué iban a filmar al día siguiente. Pero, bueno, contamos con su buena voluntad.
–¿Cuánto duró el rodaje? Me imagino que bastante más que un film “normal”.
–No tanto... Unos tres meses y medio en total. Llevó más tiempo la primera parte de la película, que transcurre en Portugal, y menos la segunda, que rodamos en Africa.
–En Aquel querido... estaba bien clara la fusión entre lo ficcional y lo real. ¿También aquí incorporó elementos de la realidad dentro de la ficción?
–Sí, siempre trato de estar atento a lo que sucede alrededor, y si puedo incorporo cosas reales a la película. En este caso, un cocinero que conocimos en Africa, por ejemplo, y al que hicimos “hacer de cocinero”. Después, durante el montaje, mediante el relato en off lo convertimos en cocinero-brujo.
–¿Qué clase de relaciones se propuso establecer entre la primera y la segunda parte de la película?
–En la primera parte, que se llama “Paraíso perdido” y transcurre en Lisboa en el presente, yo quería que flotara cierta sensación de culpa, que es la culpa de los tiempos coloniales, aunque no hay referencias concretas a esos tiempos, ni a Africa ni a nada de todo eso. La segunda parte, que se llama “Paraíso” y transcurre a comienzos del siglo pasado, viene a explicar el origen de esa culpa.
–Lo curioso es que Tabú, de Murnau, que evidentemente fue para usted toda una referencia, está también dividida en dos partes, que se llaman igual pero se suceden en orden cronológico. Allí, la primera parte es “Paraíso” y la segunda, “Paraíso perdido”.
–La película de Murnau es una de las representaciones más acabadas de lo que para mí debería ser el cine. Es una de las películas más bellas jamás realizadas, es una suerte de consumación cinematográfica.
–¿Eso lo llevó a filmar en blanco y negro, usando además el formato del cuadro propio del cine mudo?
–No sólo la película de Murnau me llevó a ello, sino el propio hecho de que el cine está mutando rápidamente del celuloide al digital. Eso me llevó a pensar que tal vez fuera ésta mi última oportunidad de filmar en 35 mm, y esa idea de extinción inminente me hizo querer conectarme con lo extinguido. El cine mudo, el blanco y negro, pero también la tematización de esa conexión entre presente y pasado, a través de la memoria. Que es lo que da lugar a la división de la película en dos partes, relacionadas entre sí a través del tiempo.
–La idea de paraíso es propia del catolicismo. ¿Usted se asume como católico?
–No, para nada, más allá de que como portugués me crié como parte de una cultura católica. Tomé la idea de paraíso no en sentido religioso, sino como representación de un ideal romántico.
–Por otro lado, Tabú está llena de fantasmas y de mitos, que incluyen el de la intercambiabilidad entre personas y animales. Todo lo cual remite a un tipo de mitología más propia de Oriente que de Occidente y, más específicamente, a algunos films de Apichatpong Weerasethakul.
–Creo que tanto Apichatpong como yo creemos en las historias, y no nos importa mucho si son “reales” o “fantásticas”. Es más, me parece que ambos combatimos la idea de realismo o naturalismo, que domina el cine mainstream contemporáneo. A mí me gusta el artificio, creo que está en la naturaleza misma del cine. El cine nunca va a ser igual a la realidad, por mucho que lo intente. Si lo irreal te genera algo, entonces es verdadero.
–¿No hay también, en usted y en Apichatpong, una búsqueda de reconexión con el primitivismo?
–Sí, sin duda. No sólo en el sentido natural de la palabra, sino también en cuanto a retornar a los comienzos de la narración, incluida la narración cinematográfica. De allí la vuelta al cine mudo.
–A diferencia de una película como El artista, que juega a hacer del espectador un espectador de hace cien años, en Tabú está claro que “la película muda” de la segunda parte transcurre en el pasado y que la estamos viendo desde el presente.
–Eso era básico para mí, y tiene que ver justamente con esa idea de la memoria. No es cuestión de intentar reproducir literalmente las formas de un film mudo, sino de ponerlo en una línea histórica, que nos permita verlo desde lo que somos aquí y ahora. Usamos una técnica específica para la segunda parte, para lograr producir justamente ese efecto de “historia que transcurre en el pasado”.
–Además, en esa segunda parte están eliminados los diálogos, pero no el resto del sonido. O sea que se parece al cine mudo, pero es algo distinto.
–Exacto, por eso le decía antes que la idea no era imitar un film mudo. Están los sonidos de la naturaleza, hay música y hasta un relato en off, todo lo cual no existía en tiempos de cine mudo. Es otra cosa.
–¿Qué lo lleva a dividir sus historias en dos?
–Más que dividir, yo diría multiplicar. Quiero decir: fíjese en Las mil y una noches, por ejemplo. Las historias se multiplican. No sólo porque son muchas sucesivas, sino porque de pronto dentro de una historia surge una segunda, y a veces hasta una tercera. Creo que esa multiplicación expresa la necesidad de inventar ficciones que tenemos los seres humanos, y a mí me encanta eso.
Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades.

UN FILM ESENCIALMENTE FANTASMATICO

Amor y melancolía

Rodado en esa textura del recuerdo que aporta la vieja película en 35mm, el corazón de Tabú es una emotiva evocación, que casi prescinde de diálogos pero no de bellas imágenes y palabras.
Por Luciano Monteagudo

Como en Aquel querido mes de agosto, su film inmediatamente anterior, estrenado en la Argentina después de haber ganado el premio a la mejor película en el Bafici 2009, lo primero que impresiona de Tabú es su libertad. El nuevo film del gran director portugués Miguel Gomes está filmado íntegramente en blanco y negro, casi no tiene diálogos y su título remite de manera inequívoca al célebre clásico de 1931 del alemán Friedrich Wilhelm Murnau. Pero nada más lejos de la intención del director portugués que un mero homenaje o una reconstrucción del estilo del cine mudo. En todo caso, en un film esencialmente fantasmático como es este nuevo Tabú, el espíritu del film de Murnau –su espectro, se diría– está aquí de forma muy poderosa.
El tema, claro, es el mismo: el amor prohibido, exaltado por una naturaleza exuberante, pero condenado por el destino. Sin embargo, el orden y el contexto son completamente otros, nuevos, distintos. Después de un prólogo extraño y misterioso, rodado en Africa, que funciona a la manera de la obertura en una ópera, insinuando las líneas que luego desarrollará la película, la primera parte del Tabú de Gomes –también hay otro Tabú brasileño, como se descubrió en la retrospectiva que el Bafici le acaba de consagrar a Julio Bressane– comienza en Lisboa hoy en día.
En esa ciudad triste como sus fados, la cincuentona Pilar (Teresa Madruga, una de las actrices más reconocidas del cine portugués, recordada como la compañera de Bruno Ganz en Dans la ville blanche, de Alain Tanner) vive sola y dedica su tiempo a ayudar a los demás, particularmente a una vecina octogenaria, Aurora (¿Sunrise? ¿Otra alusión a Murnau?). A veces, Pilar tiene que ir a rescatar a Aurora al Casino de Estoril, cuando ésta se queda sin plata o sin su medicación. Este primer segmento se titula “Paraíso perdido”, porque en su grisor remite al tramo principal del film, un “Paraíso” que surgirá de recuerdos que ni siquiera son de Aurora, sino del hombre al que esa anciana alguna vez amó y que será el encargado de narrar esa pasión maldita.
Rodado en esa textura del recuerdo que aporta la vieja película en 35mm (hoy en vías de extinción), el corazón del film es una larga, emotiva evocación, que prescinde de diálogos pero no de palabras. Hay tanta belleza y melancolía en la voz en off de ese hombre como en las imágenes de Gomes y su fotógrafo Rui Poças, que registran la vida alegre y despreocupada de un grupo de lisboetas de la alta sociedad al pie de un imaginario monte Tabú, en plena decadencia del colonialismo portugués en Africa.
Que ese amor sincero pero condenado entre Aurora –una mujer por entonces no sólo casada sino también embarazada– y un seductor y bon vivant moldeado a imagen y semejanza de Errol Flynn esté narrado con verdad y esplendor no le impide a Gomes la posibilidad de matizar la tragedia con delicadas ráfagas de humor, que refieren a un mundo pretérito. Es que Tabú es una película sobre todo lo que se extingue: una anciana que muere, una sociedad en declinación y una época que sólo existe en la memoria de aquellos que la vivieron. Y es por eso que la película de Miguel Gomes se conecta, de manera subliminal, con un cine extinto, como es el gran cine clásico.
Nada más vivo, sin embargo, que su bella Tabú. Y la necesaria comparación con El artista –la sobrevalorada película francesa de Michel Hazanavicious, ganadora del Oscar 2012– no hace sino confirmarlo, porque la relación de ambas con el cine mudo no podría ser más antagónica. Mientras El artista exhuma la retórica del cine silente como si el sonoro nunca hubiera existido, en un gesto tan mimético como reaccionario, Tabú por el contrario asume esa distancia, se hace cargo de esos 85 años que han transcurrido desde la aparición del sonido y que modificaron de raíz la manera de hacer y concebir el cine. En Tabú no hay homenaje alguno, no es un monumento muerto o cristalizado en el tiempo. En todo caso, a la manera del espíritu lusitano, el film de Gomes destila saudade, hay un dolor por la pérdida, por lo que ha sido y ya no es ni podrá ser.
No parece casual que su film invierta el orden de los capítulos de la obra maestra de Murnau: el Tabú de Gomes deja en claro que hoy un paraíso no se puede pensar sino desde su pérdida. Y en ese recorrido inverso, como si pulsara el botón rewind de la memoria colectiva, no deja de provocar la reflexión sobre el colonialismo, sobre la construcción y decadencia del imaginario occidental.
9-TABU
(Portugal/Alemania/Brasil/
Francia, 2012).
Dirección: Miguel Gomes.
Guión: Miguel Gomes y Mariana Ricardo.
Fotografía: Rui Poças.
Edición: Telmo Churro y Miguel Gomes.
Diseño de producción: Bruno Duarte.
Intérpretes: Teresa Madruga, Laura Soveral, Ana Moreira, Carloto Cotta.


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