domingo, 17 de enero de 2010

El terror hecho obra de arte


Hace 50 años, Hitchcock oscurecía el cine con Psicosis. El detrás de escena y misterio de una película sin edad.

Por Malcolm Jones
Newsweeck Argentina

Casi al final de Psicosis, de Alfred Hitchcock, un psiquiatra aparece para explicar cómo era el asesino serial Norman Bates a sus captores —y a nosotros, la audiencia: “Obtuve toda la historia, pero no de Norman. La obtuve… de su madre”. Es una escena que siempre provoca risas imprevistas en las audiencias contemporáneas: se ríen de la necesidad de Norman de explicarse a sí mismo a través de la voz de su madre, se ríen de las miradas estupefactas de los pueblerinos locales, pero principalmente se ríen de una película que debe explicar a un asesino serial. Yo también me reí cuando la vi otra vez hace poco. Pero incluso cuando me reía, se me ocurrió que éste no era sólo un momento gracioso no planeado en esta película de hace 50 años. Era el único.


Psicosis no sólo no parece anticuada, se siente casi completamente contemporánea, una especie de película a la Dorian Gray: nosotros envejecemos, pero ella no. Esto es cierto en general en los filmes de Hitchcock: quítele los sombreros a los hombres, dele peinados nuevos a las mujeres, y muchas de sus películas podrían estrenarse la próxima semana. El género de Hitchcock le dio una ventaja, por supuesto: la mayoría del humor tiene la misma caducidad que la leche, pero el terror nunca pasa de moda. Cuando se trata de qué nos hace saltar, todavía nos espantan las mismas cosas que asustaron a los cavernícolas. Como resultado, las películas de Hitchcock requieren de menos explicación y menos contexto que la mayoría de las grandes películas antiguas. Lo cual no significa que sean simples. Gus Van Sant rehizo Psicosis en 1998 con una recreación exacta toma por toma, y aun así se quedó corto. De forma más evidente, Vince Vaughn y Anne Heche se quedaron cortos ante Anthony Perkins y Janet Leigh. Las circunstancias de la trama se sostuvieron bien.


Todo se sostiene bien en Psicosis. Ése es el misterio. Después de medio siglo de películas más gráficas sobre asesinos, un género iniciado por Psicosis en gran medida, ¿por qué este pequeño filme oscuro sigue cautivándonos y perturbándonos? ¿Qué lo hace tan infinitamente observable? Después de todo, el personaje más memorable es un asesino serial, aunque sea un asesino serial igual al vecino, y el personaje más agradable es hecho trizas a sólo un tercio de empezada la película. El diálogo, con un par de excepciones notables, es superficial, igual que mucho de la fotografía. Aparte de la cinematografía deslumbrante de la escena de la ducha y la tremenda banda sonora de Bernard Herrmann, ¿qué me hace sentarme allí una y otra vez, sin pararme antes de la imagen final del auto de Marion Crane siendo retirado de la ciénaga detrás del motel Bates? ¿Cuán enfermo estoy? ¿Cuán enfermos estamos todos?


Dada la influencia innegable de Psicosis en el cine popular, es tentador teorizar que tuvo el mismo efecto penetrante en la opinión pública, que nos hizo más dispuestos a observar la violencia, la crueldad, y otras cosas hasta la fecha indecibles, como inodoros funcionando. (Psicosis fue la primera película en mostrar un inodoro en el que acaban de tirar la cadena.) Pero hay algo demasiado simple en esa formulación. En su nuevo libro, “The Moment of Psycho: How Alfred Hitchcock Taught America to Love Murder”, David Thompson señala que en noviembre de 1959, el mismo mes en que empezó a filmarse Psicosis, Truman Capote encontró un artículo en The New York Times describiendo el asesinato de una familia en Kansas que se volvería “A sangre fría”. La historia sórdida de Ed Gein, el asesino serial que inspiró la novela en que Hitchcock basó su película, había pasado dos años atrás. Hitchcock iba acorde con los tiempos.

Hitchcock dijo que hizo Psicosis después de ver los considerables ingresos de taquilla de una serie de violentas películas clase B hechas en la década de 1950 por William Castle (La mansión de los horrores) y Roger Corman (Un cubo de sangre), y se preguntó qué podría lograrse si un director más apto hiciese uno de tales filmes. También se dijo que se resintió por el éxito de la película francesa de misterio, en blanco y negro, “Las diabólicas”, de la cual los críticos dijeron que había superado al maestro Hitchcock. Determinado a demostrar que no necesitaba de estrellas y locaciones glamorosas, Hitchcock filmó Psicosis por alrededor de US$800.000.

Para mantener los costos bajos, usó al equipo de su programa de TV, “Alfred Hitchcock presenta”, y la filmó en blanco y negro (dijo que también evitó el color porque temía que la presencia de sangre en la escena de la bañera fuese más de lo que podía soportar la audiencia, aunque sea jarabe de chocolate Bosco lo que uno ve arremolinarse por el desagüe). La fotografía principal empezó el 30 de noviembre de 1959, y terminó el 1 de febrero de 1960. Siete de estos días fueron destinados a filmar la escena de la bañera, pero la consecuencia de costos no interfirió de ninguna manera en la manía habitual del director por los detalles. Según el fascinante “Alfred Hitchcock and the Making of Psycho”, de Stephen Rebello, el director descubrió a una oficinista en Phoenix muy parecida a la Marion Crane de la ficción y fotografió todo su guardarropa para que las ropas de su actriz principal fuesen las correctas. Escuchó el sonido que hacía un cuchillo cuando acuchillaba distintas variedades de melones para simular un cuchillo perforando carne. Cuando oyó lo que quería, simplemente dijo: “Casaba” (un tipo de melón).


Además del inodoro, Psicosis tiene el crédito de algunas primeras ocasiones cinematográficas. Fue la primera gran película en que la estrella fue asesinada tempranamente durante la trama. Ello provocó otra primera ocasión: Hitchcock y Paramount persuadieron a los dueños de cines a que cerrasen sus puertas una vez que la película empezara para conservar las sorpresas: Hitchcock no quería que quienes llegasen tarde entraran y se preguntaran dónde se fue Janet Leigh. También se salió con la suya en otras cosas: aun cuando los censores armaron un poco de lío por el inodoro, hubo uno mucho mayor por la naturaleza gráfica del asesino de Marion y el uso de la palabra “travestí” durante el monólogo final del psiquiatra.

El horror que sentí cuando vi Psicosis hoy no tiene mucho que ver con las dos escenas de asesinatos en la película. El horror real radica en lo azaroso de los actos de Norman. Él no conoce a Marion. Ella es su víctima involuntaria. Pensamos que estamos viendo una película sobre una mujer que roba US$ 40.000, pero cuando esa cortina de baño es rasgada aparte, entramos en la verdadera película: una mujer se detiene en un motel, y allí es asesinada sin razón. Ésta no es una película sobre consecuencias. Ésta es una película en la que la causa y el efecto ya no existen. El momento más aterrador de Psicosis es la toma de la mano de Norman moviéndose sobre el tablero que contiene las llaves de los cuartos del motel. Va por la llave de la cabaña tres, duda, luego regresa por la llave de la cabaña uno, el cuarto adyacente a su oficina, desde el cual puede espiar a la ocupante a través de un agujero en la pared. En ese momento, el destino de Marion está sellado.

luego permite que la audiencia le eche una miradita a Marion mientras se desviste. Hitchcock era un hombre de oscuras neurosis, o sentimientos de cualquier tipo. En “Hitchcock/Truffaut”, un libro de entrevistas con él realizadas por François Truffaut, Hitchcock afirmó: lo que “me hizo decidirme a hacer la película fue lo inesperado del asesinato en la ducha, saliendo, como quien dice, de la nada. Eso fue prácticamente todo”. Pero cualquiera que sintiese eso nunca hubiera ampliado el cuidado meticuloso con el que Hitchcock fabricó la escena cuando Marion cena en el estudio de Norman Bates en el motel. Con su diálogo sobre las trampas en que cae la gente y cuán difícil es escapar de su destino mundano, ésta es una de las escenas con mayor efecto de cualquier película de Hitchcock. Nos hace preocuparnos intensamente por ambas personas, con el efecto de que sufrimos aun más cuando Marion muere pocos minutos después, y, extrañamente, nos hace preocuparnos por Norman el resto de la película.


Hitchcock nunca fue acreditado como un gran humanista, pero eso, debajo de toda la técnica deslumbrante y la chispa humorística, es lo que era, y ésa es la lección que los buenos directores de cine aprenden con sus filmes. Hizo películas sobre espías, asesinos y ladrones de viviendas, pero en el corazón de casi todas sus películas hay gente común atrapada en circunstancias que no pueden explicarse ni controlar. “Intriga internacional” es una brillante película de suspenso y espías, o pretende serlo. Pero el microfilme que los malos contrabandean fuera del país sólo es lo que Hitchcock llamó el MacGuffin, la excusa tonta a la que sujetó su historia real: un hombre es confundido por otro hombre y casi es asesinado por este error. Los espectadores que nunca hemos visto a un espía podemos identificarnos con ese hombre, incluso cuando es interpretado por Cary Grant. El director siempre empieza con la pregunta: ¿qué haría una persona común en esta situación? Y ya que la mayoría de nosotros somos gente común, nos anima. Eso está allí en la pantalla.

Hitchcock siguió haciendo películas por 15 años más, pero Psicosis marca la última vez que logró poner el verdadero corazón de la oscuridad en la pantalla: un mundo controlado por el azar, donde la violencia aleatoria vuelve un mono a cualquiera que trate de explicarla. Fue Hitchcock quien nos enseñó a reírnos del psiquiatra. Para quienes crecimos con esta película, fue una educación cruel. Que tomemos con calma el horror del film hoy día, sólo muestra cuán bien aprendimos la lección.

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